(Primera historia de ficción)
Muchas veces había visto el cuadro que guindaba en la pared de la escalera que subía al segundo piso de su casa. Nunca se detuvo a admirarlo realmente, pero a la corta edad de 10 años, esa no es una actividad muy fascinante.
Sin embargo, hoy lo mira fijamente, como si su mirada no pudiese enfocar nada más y, por un segundo (que parecía una eternidad) se queda observando el cuadro.
En el cuadro hay una mujer, un hombre y una niña en la cuna frente a ellos. La familia está retratada en un salón de una casa, en la que entra la luz por un gran ventanal que se encuentra al lado derecho del cuadro. La mujer viste un largo vestido gris. El hombre viste de negro. Se da cuenta de que se parecen un poco a su familia, su madre, su padre y su pequeña hermanita Esther. Sus padres lo llorarían un tiempo. Esther era muy pequeña y seguro se olvidaría de él.
Cuántas veces pasó corriendo, subiendo o bajando la escalera, como si siempre había prisa para continuar jugando, para buscar su próxima aventura, para ir a buscar un juguete o el material para crear uno con su imaginación. Todas esas veces en la que corría arriba o abajo por la escalera, nunca tuvo tiempo para detenerse a ver ese cuadro y justo ahora lo hace, irónicamente cuando ya no tiene más tiempo.
No, ya no hay más tiempo para admirar el cuadro. Aun así, tiene miedo de mirar hacia otro lado. El segundo piso no parecía estar a tanta distancia del suelo y sin embargo, parece que han pasado horas desde que se resbaló en el barandal. Siente un golpe y todo se vuelve negro. Ya no ve el cuadro.