Del Metro y su gente

El Metro es el medio de transporte diario de miles de caraqueños. Si vives en la ciudad de Caracas, tal vez hayas usado este sistema con frecuencia. He reunido algunas de mis experiencias más extrañas para compartirlas con ustedes. Espero les gusten.

Ir o venir, he ahí el dilema.

Esto sucedió una tarde que venía de la estación Palo Verde hacia Parque Carabobo. Me acomodé en uno de los asientos y me coloqué los audífonos para escuchar la música que me acompañaría durante el largo viaje. En la estación Los Cortijos subió al tren una señora que se veía un tanto dudosa. Se sentó observando a todos lados, y el Metro cerró sus puertas y continuó el viaje.

Cuando el tren abrió sus puertas en la estación Los Dos Caminos, la señora se asomó al andén como para verificar por dónde iba y volvió a su asiento. En la estación Miranda (Parque del Este) volvió a hacer lo mismo, pero esta vez se me acercó y dijo algo que obviamente no escuché pues yo venía escuchando música (que mala maña de la gente de acercarse a preguntarle algo justo a la persona que lleva los audífonos puestos).

Me quité uno de ellos y le dije en forma de pregunta para que repitiera lo dicho: -¿Disculpe?- Dije. -¿Este Metro va o viene?- Volvió a preguntarme.

Mis años de estudios y experiencias no me prepararon para semejante pregunta. Mi cara debió quedarse congelada en una expresión vacía, mientras mi cerebro movía todas y cada una de sus neuronas para recolectar la información que pudiese ayudarme a contestarle a la señora, pero me hacían falta más datos. Creo que incluso pasé revisando los conocimientos de matemática y física para intentar resolver la dirección que el metro tenía, desde el punto de vista de esta señora. Dónde se había subido al Metro, por su aspecto hacia dónde podría dirigirse, etc. Obviamente todo fue en vano.


Mi siguiente paso fue elaborar la pregunta más lógica y sencilla que ella pudiera comprender, para que me diera la pista correcta y yo poder guiarla. Cinco segundos después de expresión congelada en mi cara, tuve que hacer algo que suelo hacer a menudo y de la que César, un amigo de la universidad, se queja todo el tiempo, y es: responder su pregunta con otra pregunta.

-¿Para dónde?- Dije finalmente. -Para Petare.-Respondió ella.  Bingo, listo. La información que faltaba. -Tiene que bajarse y agarrar el tren del otro lado del andén.- Le dije.

Ella sin decir más nada se bajó corriendo del tren justo antes de que este cerrara sus puertas y continuara su camino.

La Monja Rotatoria

Esto ocurrió una noche, cuando salía del instituto universitario en el que estudiaba y bajaba a la estación Los Dos Caminos, a eso de las 9:30pm. Ya dentro del Metro, mis amigas y yo charlábamos y nos disponíamos a bajar la escalera hacia el andén. Allí estaba. Una monja, acostada a lo largo del antepenúltimo escalón, rodaba esos tres últimos tres peldaños, con cara de resignación (al parecer ya venía rodando desde hacía rato.

Todo sucedía en cámara lenta. ¡PAM! otro escalón. Ya estaba demasiado lejos, aunque bajara rápido no la alcanzaría antes de llegar al andén. ¡PAM! otro escalón. Ya igual ella se rindió hace rato (lo veía en su cara). Ya va a llegar. ¡PAM! último escalón.

Solo fuimos testigos del final. Cuando llegó al andén, un par de personas la ayudaron a ponerse de pie. No se había lastimado y conservó siempre la misma cara de seriedad y resignación que llevaba al rodar escaleras abajo. Luego de esto me debatí durante un buen rato entre mi moral, mis buenas costumbres, mi religión, y las ganas de reírme.

 Dobler-Dahmer

La teoría del Dobler-Dahmer fue presentada en la serie de televisión “How I Met your Mother”. La teoría explica que si ambas personas se sienten atraídas una hacia la otra, un gesto romántico es la muestra de amor más fabulosa, lo que te convierte en Dobler, el personaje de John Cusack en la película romántica de los 80s “Say Anything”.


Sin embargo, si solo una persona es la atraída, entonces el mismo gesto romántico se convierte en una actitud de asesino en serie, Dahmer, como Jeffrey Dahmer, el asesino en serie apodado “el caníbal de Milwaukee”.

Pues en mi siguiente historia, iba desde la universidad rumbo a mi casa (Ciudad Universitaria-Parque Carabobo). No son muchas estaciones pero debía hacer transferencia en Plaza Venezuela y eso lo hacía tedioso.

Al entrar al tren en Plaza Venezuela (así como hago siempre), miré a las personas a ambos lados del vagón mientras me acomodaba en un sitio para no estorbar. Cuando hacía esto, mi mirada coincidió con la de un hombre, de unos 40 y tantos años de edad, vestimenta casual. Yo pasé la mirada a través de él solo un segundo y miré a otro lado. No le presté mayor atención.

En la siguiente estación, cuando el tren abrió sus puertas, me volví para observar a las personas saliendo y entrando y cuando el vagón cerró sus puertas, volví de nuevo a mirar a través del cristal frente a mí, no sin antes volver a chequear todo el vagón y sorprendentemente, cuando volví a observar al señor, seguía allí de pié, observándome como si nunca hubiese dejado de hacerlo desde la primera vez.

Yo traté de no inmutar mi semblante y como la primera vez, actué como si no lo hubiese visto y miré al frente dejando al individuo en cuestión, en mi rango de visión periférica. Solo faltaban dos estaciones. En la siguiente, pareció moverse más cerca.

Me encontraba a la expectativa y decidida a gritar, patear, empujar, golpear, etc., de ser necesario, pero aún así, aparentando ser otra usuaria normal del Metro, en un día cualquiera, en un viaje cualquiera. Llegó mi estación y salí lo más rápido que pude del tren, este señor se apresuró a salir en la siguiente puerta y me interceptó en el andén.

Yo me mantuve a un par de metros de distancia por si debía correr. Allí él me habló y me preguntó: -Disculpa, ¿esta es la estación Parque Central?- Como pueden ver en el mapa, esa estación ni siquiera queda en la misma línea del Metro. Se notaba que era una excusa para dirigirse a mí.

-NO.- Le dije en un tono de voz cortante y un poco más elevado de lo normal para llamar la atención de la gente a mi alrededor. -¿Hacía dónde es?- Me preguntó aun intentando la conversación. -No sé. Dije aparentando estar molesta y pasando de largo, rumbo a la escalera. Solo cuando llegué al tope vi con el rabillo del ojo que él se había quedado en el andén esperando el siguiente tren en la misma dirección en la que iba anteriormente.

Afortunadamente el cuento no pasó a mayores. Solo después de un tiempo pensé que si ese hombre, a mi parecer feo, de mal aspecto y pasado de edad, hubiese sido atractivo, contemporáneo y bien vestido, la historia habría terminado igual, pero tendría un tono totalmente distinto al contarla.

Posiblemente también les haya sucedido algún caso particular digno de mención. Si es así y quieren compartirlo, escriban en los comentarios al final.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *