Hace casi un mes se dañó mi teléfono celular. Fue un jueves en la noche. Se quedó congelada la pantalla y le saqué y le volví a colocar la batería (técnicas rutinarias de cuando tenía Blackberry) y no encendió más. Pensé que se había dañado la batería y me dije que al día siguiente compraría una nueva. Llamé a mi hermano para informarle (el único número celular que me sé de memoria).
Me fui a acostar y no pude conciliar el sueño. Algo faltaba en mi rutina. Acostarme y quedarme viendo Instagram o Facebook, o ambos, y chatear con mis amigos por WhatsApp hasta que ya se me cerraran los ojos. Fue difícil llegar hasta este punto, el cual finalmente llegó a eso de las tres de la mañana.
Ese viernes me fui a comprar la batería. Hasta ese punto estuve tranquila pues era algo que podía resolver rápido. Desafortunadamente, no era problema de la batería, era el teléfono. Lo llevé a un servicio técnico y diagnóstico: “Se quemó la tarjeta lógica”. A todas estas yo esperanzada le pregunté al señor “¿Hay alguna forma de recuperar información, fotos, algo?” Me dijo: “No, ya todo eso lo perdiste”.
Pasé una especie de despecho por las fotos que había perdido y por el gasto que tendría que hacer para comprar otro equipo, lo cual no tenía planteado en mi presupuesto. Para olvidarme un poco del tema y llenar esos espacios en los que te encuentras sin hacer nada y simplemente activas la pantalla del celular para ver qué nueva información hay disponible, quién escribió y quién no, me preparé unas palomitas de maíz y me eché en el sofá a ver una película.
Por (mala) costumbre, lo primero que pensé al sentarme con mi pote de palomitas fue tomarle una foto para compartirla. Siempre hacemos ese tipo de cosas, pero en ese punto, ya casi un día sin celular, comencé a preguntarme ¿por qué? Como si no compartirlo significara que ¿no sucedió? Si un árbol cae en un bosque y nadie está cerca para oírlo, ¿hace algún sonido? Si me como este pote de palomitas sin ningún testigo, ¿de verdad me lo comí?
Ese día y el siguiente, comencé a pensar en la cantidad de cosas que compartimos por las redes sociales, no solo las que yo compartía, sino también la cantidad de información y memes que me enviaban mis amigos para que “a mí también me diera risa”. Cómo incluso vemos imágenes o frases que nos recuerdan a alguien y se la enviamos a esa persona, pero por nuestra propia cuenta jamás nos tomaríamos el tiempo para escribírselas. Qué raras se han vuelto nuestras interacciones.
El sábado simplemente pasé el día viendo dormir a mi sobrino recién nacido. Siempre le dije a mi cuñada que yo lo vería el mes porque los bebés recién nacidos siempre están durmiendo y es aburrido. Pero no pensé que me encantaría tanto simplemente verlo dormir. “No me veas tanto que me desgastas” me dijo echando broma la mamá de mi cuñada.

En algún momento pensé en el hecho de no tener celular y no poder tomarle una foto para que mis amigos vieran lo cuchi que es. Ya en ese punto no me molestó tanto. El momento era entre mi sobrino y yo, y aunque no lo compartiera en WhatsApp con ellos, ni en ninguna red social, no habría manera de borrarlo de mi mente y con eso me bastaba.
Para ser totalmente honesta, todo ese fin de semana Zen ocurrió porque sabía que ese lunes, una amiga me daría un celular para usar “mientras” compraba el mío. Lamentablemente, no me sirvió porque era de una compañía diferente a mi línea. Así que esa misma semana salí a ver precios, pero entre la indecisión de cambiar dólares y comprarlo aquí o comprarlo afuera y mandarlo a traer, se me fue la semana y me seguí acostumbrando cada vez más a la libertad de andar sin un celular encima, todo el tiempo.
A partir de este punto relataré lo que he aprendido este mes. Al principio fue la indecisión la que me mantuvo una semana más sin celular. Luego, me di cuenta de tantas conductas dependientes, que simplemente quise saber qué tan profundo era el agujero del conejo.
Tan disponibles como Google
Sin darnos cuenta, estamos disponibles 24 horas al día, los siete días de la semana. ¿Cuántas veces apagas tu celular al dormir? Tu teléfono suena y aunque respondas o no, veas el mensaje o no, sabes que alguien te escribió. Sin importar hora o día, o en qué lugar estés, siempre estás disponible para recibir información. Yo por el contrario, solo estoy disponible hasta que apago mi computadora o hasta que salgo a la calle. Sin necesidad de comunicarlo, simplemente “no estoy” y no quedaba más que esperar hasta que me de la gana de volver.
Leap of faith
Encontrarme con cualquier persona es un acto de fe. Si me dices: nos vemos en tal parte, a tal hora, no queda más que estar en ese sitio a esa hora y esperar a que aparezcas. Así que no hay espacios para los cambios de planes a última hora. Si te detuviste a… , te regresaste porque se te quedó el… , saliste tarde por… , no hay manera de echar para atrás. Creo que eso ha hecho que la gente a mí alrededor se tome más serio lo de la hora y los compromisos. Sería bueno que todos lo hicieran. Nos hemos acostumbrado a enviar excusas, “ya voy en camino”, “llego en cinco”, “voy saliendo” (cuando ya es la hora acordada), que a simplemente esforzarnos por ser más puntuales.
El fiel CANTV
Volví a usar el teléfono de mi casa. Fue lindo saber quienes lo tenían y quienes, aunque se confundieron con algunos números, se lo sabían de memoria.
Ahora entiendo al coronel
Nos acostumbramos tanto a la inmediatez, que esperar una respuesta de un día para otro se volvió algo incómodo. Imagínense antes cuando había que esperar una carta por meses. Un lunes por la noche recordé que al día siguiente me encontraría con un amigo que venía de Maracay y que seguro me había mandado un mensaje que obviamente no pude recibir. Aquí empezó el viaje en el tiempo. Fue como echarle los perros a alguien en el año 2005. ¿Cómo conseguir su número? Plan A-Contactar amigos en común. “¿Tendrás el número de Roel?”. Plan B-Mandarle un correo.
Disfruta la vista
Por último, ya que no tengo teléfono para llenar esos espacios de tiempo neutro, mientras esperas a alguien, mientras esperas al mesonero, mientras pasan los comerciales en TV, mientras hay un tema de conversación que no te llama la atención, mientras vas de pasajero en el auto, mientras reposas la comida, mientras te da sueño, mientras se calienta la comida, mientras se inicia la computadora, etc., simplemente me detengo a observar cuando los demás lo hacen.
Antes era incluso considerado una falta de respeto estar con alguien y ponerte a ver el teléfono. Uno podía pensar que estabas aburrido y no querías hablar. Ahora no es así, porque sabes que cuando tú veas el teléfono la otra persona también se pondrá a ver el suyo. Como yo no tengo, pues, solo me queda verte como me ignoras por espacio de dos o tres minutos hasta que volvamos a seguir la conversación. Además ha sido bastante instructivo ver dónde la gente coloca su teléfono en todo momento. Siempre cerca y si es encima mejor. Siempre en su rango de visión o simplemente en su mano, aunque no lo estén usando.
No hago todas estas observaciones con la intención de juzgar a nadie. Yo también hice todo esto cuando tenía teléfono, muy posiblemente lo vuelva a hacer cuando lo tenga de nuevo. Por esa razón decidí darme un tiempo más, a modo de rehabilitación, para hacer un buen détox tecnológico.
P.D: Todos esperamos siempre un mensaje de alguien. Estar siempre disponibles es una manera de dejar abierta esa posibilidad de que nos encuentren. Luego me di cuenta de que quien me quiso buscar me encontró. A aquellos que se tomaron la molestia de buscarme en Facebook para seguir chateando conmigo se los agradezco. Aquellos que no, gracias también.