Tengo una amiga que se tatuó una representación de la frecuencia cardiaca. No sé cuál fue su motivo, pero al mostrarme el tatuaje solo pensé que era la representación perfecta de los altibajos de la vida.
Recordé una frase que siempre decimos Kiemi y yo (mi mejor amiga de la universidad), cuando estamos viviendo una situación muy mala o una situación muy buena: “No siempre serán crepes de Nutella y no siempre serán donas de a dólar”.
Cuando estudiábamos en la universidad, ya avanzada la carrera (tanto que renunciar ya no era una opción pero el final aún se veía muy lejano), tuvimos una época económica muy difícil. Muchos días, salía de mi casa tan solo con el ticket del Metro en el bolsillo, rogando que nada extraño sucediera que requiriera dinero que, obviamente, no tenía.
Pasar prácticamente todo el día en la universidad (de 8am. a 5pm.) limitaba en gran medida los trabajos que podíamos conseguir, y si en tal caso lográbamos encontrar uno en horario nocturno, significaba horas de desvelo para cumplir con las tareas y trabajos de la carrera.
Tanto en su caso como el mío, procurábamos ser la menor carga posible para nuestras madres. Rechazábamos el dinero que estas, con mucho esfuerzo, nos ofrecían, aunque fuese una vez a la semana.
Kiemi y yo compartíamos los desayunos/almuerzos/meriendas. No, no eran varias comidas. Era una sola que podíamos convertir en cualquier de esas tres, según lo que deparara el día. Un sándwich y un té compartido. Descubrimos que una malta y una Susy nos quitaban el hambre por más tiempo. Hasta bromeábamos al tomar agua diciendo: “mmm…, que rica agua”, con ironía, pues a las dos nos hubiese gustado tener dinero para tomar otra cosa.
Así transcurrían los días. Ahora que lo pienso mejor, no era tan difícil distraernos de esa situación cuando había tanto por aprender y hacer para salir de ella. Además, eso no opacaba lo mucho que disfrutamos el tiempo universitario y las bromas y tertulias que se hacían siempre en el mismo rincón detrás de la cafetería en todos los ratos libres. Tal vez por eso pocos se dieron cuenta de que ese era nuestro día a día, e incluso cuando lo hablábamos, nunca dejábamos de sonreír al respecto, con esa habilidad característica del venezolano de reír ante las vicisitudes.

Un día en particular, estábamos en clases cerca del puesto del vendedor de donas. Como de costumbre, nuestros estómagos rugían. Eran casi las 4pm. Kiemi comenzó a juntar bolívar con bolívar para poder comprar una dona. Mientras registraba cada bolsillo de su bolso e indumentaria yo pensaba: “yo ni me molesto en buscar, sé que no hay nada”. Sorprendentemente, ella reunió los 7Bs que costaba la dona y en vista de esto me llené de esperanza y registré también, como esperando que por arte de magia apareciera algo en mi monedero.
Pues algo apareció. Dobladito en la esquina desde el 31 de diciembre de hacía dos años, un billete de dólar se escondía de mí. Kiemi y yo salimos del salón a comprar donas.
-“Señor, ¿acepta dólares?”, le pregunté al vendedor con tono jocoso.
-“Claro que sí. Dólares, euros, lo que sea”. Me respondió.
-“¿Cómo cuánto costaría una dona?”. Continué yo, a sabiendas de que el precio del dólar en el mercado negro era de exactamente 7Bs., lo que costaba la dona.
-“Pues, un dólar”. Respondió el señor.
-“Qué bueno”. Dije yo de inmediato, colocando el dólar en el mostrador. “Me da ESA de chocolate con chispitas de chocolate, por favor”.
Fueron las mejores donas, y al menos por esa tarde saciamos el hambre y el antojo.
Una escena similar ocurrió un par de meses después. Yo había vuelto a colocar un dólar en mi monedero (en muchas ocasiones, era lo único que había allí). Esta vez el dólar se encontraba en 14Bs.
-“¿Me daría dos donas por un dólar?”
-“Claro, ¿de qué las quieren?”
Kiemi y yo salimos gloriosas. Dios bendiga a ese señor por aceptarnos la compra.
Meses después, ya andábamos en otras cosas. Nuestras situaciones habían cambiado. Kiemi traducía documentos legales, yo hacía traducciones audiovisuales, a veces participaba en grabaciones de doblaje, y todas las tardes daba clases de inglés.
Fue una tarde al recibir mi pago del mes que caí en cuenta… primera vez que llegaba al día del pago, aún con dinero en mi cuenta. Tuve que comentárselo a Kiemi. “No siempre serán donas de a dólar” nos dijimos por primera vez, en referencia a que ya habíamos dejado atrás esa mala época.
Al año siguiente, viajé a conocer París. Fue un viaje que realicé sola. Todos los días, por tres semanas, salía a recorrer las calles y conocer un poco más la ciudad. Todos los días, religiosamente, me compraba una crepe de Nutella. Me sentía feliz y libre de la situación que vivía en casa, en mi país.

Mi mensaje fue: “Me siento muy feliz, Kiemi. Todos los días veo algo distinto de la ciudad, he conocido personas maravillosas, me como una crepe de Nutella todas las tardes… pero sé que no siempre comeré crepes de Nutella”, dije pensando en el fin de mi viaje. “Ni siempre comerás donas de a dólar”, respondió Kiemi.
La vida a veces nos pondrá en los picos altos y otras veces en los bajos, en muchos aspectos (no solo el económico), lo importante es sacar provecho y aprender de ambas situaciones.