Emigrar no es solo dejar un lugar atrás, es dejar una vida. Dejar familia, amigos, sueños, proyectos, sentimientos y esperanzas. Es comenzar todo desde cero.
Emigrar es adquirir la enfermedad de la nostalgia perenne, esa que te seguirá sin importar donde estés. Puedes incluso volver al lugar del que emigraste y aún sentir la nostalgia porque, como ya dije, no es por el lugar es por la vida que se dejó atrás.
Emigrar es cambiar proyectos con los que siempre soñaste por nuevos proyectos y esperar que se sientan iguales a los primeros. Es hacer nuevas amistades, sin olvidar las viejas y desear poder tenerlas todas juntas.
Emigrar es sentirte ajeno donde quiera que estés. Es probar algo de casa y preguntarte si ese era realmente su sabor o han cambiado tus gustos. Es tener el corazón repartido en varios lugares. Es comenzar a valorar más las amistades. Es tomar más conciencia de las distancias.
Emigrar es a veces sentirte solo aunque rodeado de personas. Es un despecho de una relación que no querías que acabara. Es preguntarte si alguna vez te volverás a sentir normal.
Emigrar es aprender a convivir con nuevas realidades y problemas. Nos hace abrir más la mente y agranda el corazón, que a su vez va dejando migajas de sí mismo en cada nuevo lugar al que llamamos hogar. Es tener nuevos hogares, hogares diferentes.
Emigrar es descubrir nuevas ciudades, nuevos lugares favoritos, nuevas sensaciones, olores, amores. Emigrar es viajar con un equipaje pesado, pero de ese que se lleva en el corazón y la mente. Es aprender a decir adiós.