Era un lunes por la tarde, salía de mi casa rumbo a dar clases de inglés, y mientras buscaba una canción en mi iPod que me ayudara a ignorar la realidad del metro, fui interceptada por dos chicas extranjeras en la esquina. –Do you speak English?– Me preguntó una de ellas.
Las pobres venían con cara entre asustadas y cansadas, y a mí me embargó ese sentimiento de lástima que nos da cuando vemos a los gringos con sus sandalias, bermudas caqui y bolsos de mochilero, que lo que uno piensa es: ay, lo van a robar.
–Actually, yes.– Dije pensando en la ironía, pues yo justo iba saliendo a dar clases de eso. -¿Nos podrías indicar dónde queda este hotel?- Me preguntaron. El hotel en cuestión quedaba cerca y decidí acompañarlas. -¿De dónde son? les pregunté mientras caminábamos, pensando que me dirían alguna ciudad de Estados Unidos. -Somos de Rusia.- me respondieron. Las vi e intenté sonreír y de que no se notara alteración alguna en mi voz, que las pudiera asustar más de lo que ya estaban. -¿Y qué hacen aquí?- les pregunté.-No lo sabemos.- Me respondieron con risa nerviosa. Eso sí me sorprendió aún más.
En resumen, Alina y Marina salieron de Rusia rumbo a Nicaragua, donde una amiga las esperaba, y ya que iban a cruzar el charco tan lejos, decidieron primero hacer una parada en ese exótico país llamado Venezuela y de allí comprarían pasajes para llegar a su destino final. Nunca llegaron a su destino final.
(Qué dramático salió eso. No te preocupes, no les sucedió nada malo, sigue leyendo)
Era enero de 2014. El tema principal en las noticias era el conflicto con los vuelos internacionales. Se habían suspendido casi todos los vuelos por deudas del gobierno con las aerolíneas y eso a uno le causaba un poco de claustrofobia. Imagínense la que sentían Alina y Marina que solo planearon estar 3 días en Venezuela y ya llevaban casi una semana sin poder salir.
Las dejé en el hotel y me despedí, pero al salir, me sentí un poco culpable y me regresé para dejarles en un papel mi nombre completo para que me encontraran por Facebook y mi número de teléfono. Ahora sí salí aliviada, había hecho una buena acción. No había llegado al Metro cuando ya Alina me escribía por Facebook.
De regreso de mi clase, pasé por el hotel, pues quedaba cerca de mi casa. -Nuestro agente de viajes en Rusia ha tenido problemas para comprar nuestro boleto desde allá.- Me dijeron. Tuve que explicarles que por el momento habían suspendido la compra desde el exterior, de boletos de vuelos que salieran de Venezuela. Para colmo, a estas chicas les perdieron el equipaje en algún punto entre Rusia y Venezuela.
“we will try to solve this situation”. Fue mi manera de decir intentaremos resolver este peo.
-No se preocupen.- Les dije. – Descansen hoy, mañana vengan a mi casa y … “we will try to solve this situation”. Fue mi manera de decir intentaremos resolver este peo.
-¿Las vas a llevar a tu casa? Estás loca, yo no lo haría. Apenas las conoces.- Me dijo una amiga.
Al día siguiente, mi amigo Pablo pasó por el hotel a buscarlas y guiarlas hasta mi casa. Llamé una agencia de viajes cercana y de nuevo, mi amigo las llevó para que compraran sus boletos a Nicaragua. Era martes y el vuelo estaba pautado para el jueves. Qué alivio, solo dos días más y continuarían su viaje a Nicaragua.
Las ayudé a buscar un hotel, dimos un paseo por Caracas y cenamos en un restaurante mientras bromeábamos sobre la situación. Al día siguiente vinieron a mi casa y mi hermano las llevó de paseo a Galipán. Ya que iban a estar aquí un día más por qué no aprovechar para conocer. Sin embargo, mientras ellos paseaban, yo recibí una llamada de la agencia de viajes.
-Salió una nueva ley que prohíbe venderle pasajes a extranjeros. No queremos tener problemas. Por favor, venga a retirar su cheque por la totalidad del precio de los pasajes.- Me dijo la señora de la agencia por teléfono. Sin derecho a pataleo. Alina y Marina llegaron tan contentas de su paseo por Galipán y yo aquí esperándolas con esa noticia.
Las acompañé a su hotel y como al día siguiente tenía que asistir a la universidad, comencé a contactar a todas las personas que conocía a ver quién podía (quería) acompañarlas a su embajada. Solo un amigo aceptó y vino al rescate… Fabio.
Fabio las acompañó a una visita totalmente infructuosa a la embajada, donde les dijeron que no podían ayudarlas. De acuerdo a mis instrucciones, Fabio las llevaría luego a la universidad para yo ir con ellas a preguntar posibles soluciones en agencias de viajes.
Cómo ya me había informado lo inútil que había sido la visita a la embajada, pensé que encontraría a las rusas desanimadas. Sorprendentemente fue todo lo contrario. Llegaron los tres cantando en ruso y muy alegres.
-¿De dónde vienen?- Les pregunté. -Fuimos a la Estancia.- Sonreían como si fuesen los mejores amigos y hasta tenían chistes internos. A pesar de mi sorpresa me alegré mucho pues era la primera vez que las veía reírse así. Fabio había logrado animarlas en lo que posiblemente fue una de las semanas más conflictivas de sus vidas.
A Alina y a Marina las llamaban sus respectivas familias, todos los días, ya que se preguntaban por qué seguían aquí. Lo que sus familiares no sabían, era que ellas no podían irse. Las rusas les contaban que les había gustado tanto Venezuela que decidieron pasar unos días más para conocerla mejor. (¿Qué hubiesen hecho ustedes?)
Ese día nos encontramos también con mi amigo Reinaldo, quien vivía con sus padres en el Marqués. Como uno de sus hermanos se había mudado recientemente a Estados Unidos les ofreció a las rusas la habitación disponible que había en su casa para que no siguieran pagando hoteles. Esa tarde no conseguimos nada en las aerolíneas. Todas tenían miedo de venderles pasajes a extranjeras.
Por la noche, llegó el equipaje de las rusas y aunque a una le habían robado el estuche de maquillaje, todo lo demás estaba intacto… incluyendo el vodka y el caviar. Esa noche fue de fiesta en mi casa y al día siguiente se mudaron a casa de Rei.
Ese sábado estuvimos cuatro horas en cola a las afueras de Conviasa. Durante esas cuatro horas Fabio, Rei y yo, aprendimos a decir groserías en ruso y Alina y Marina aprendieron a decir “coñioelamadre”.
Finalmente compraron pasajes para Bogotá (no había hacia Nicaragua). Yo fui su intermediaria. -¿Eres su intérprete?- me preguntó la chica de Conviasa. -Sí, le respondí con una sonrisa, rogando que no mencionara lo de que no podía venderles el pasaje.
El vuelo salía la siguiente semana. 11 días más estarían Alina y Marina en Venezuela. Mi hermano y mi cuñada las llevaron a Higuerote. Disfrutaron como nunca ese viaje. Allí Marina conoció muy bien lo que es el anís.
Una semana más estuvimos paseando, conversando y disfrutando la ciudad. El día antes de su viaje me despedí de dos grandes amigas.
Alina llegó a llamarme “My Destiny Girl” y es que sí, pareciera que fue el destino el que las empujó esa tarde hasta la esquina de mi casa para conocernos y pasar dos semanas que pudieron haber sido muy diferentes sin los que participamos en ella.
El mejor recuerdo que las rusas se llevaron de Venezuela fue el de su gente y de cómo les tendieron la mano, les dieron hospedaje e hicieron amigos, en tan solo dos semanas. Quiero pensar que si algún día (Dios no quiera) me llego a encontrar totalmente perdida en un país conflictivo como les sucedió a ellas, yo encuentre gente que se tome el tiempo de ayudarme y conviertan un momento de adversidad en algo maravilloso.
Al día siguiente, mi amigo Pablo pasó por el hotel a buscarlas y guiarlas hasta mi casa. Llamé una agencia de viajes cercana y de nuevo, mi amigo las llevó para que compraran sus boletos a Nicaragua. Era martes y el vuelo estaba pautado para el jueves. Qué alivio, solo dos días más y continuarían su viaje a Nicaragua.