“… y que cualquier lugar en que estuvieran recordaran siempre
que el pasado era mentira,
que la memoria no tenía caminos de regreso,
que toda la primavera antigua era irrecuperable,
y que el amor más desatinado y tenaz
era de todos modos una verdad efímera”.
Gabriel García Márquez
¿De dónde soy? Explicar que vengo de Venezuela es como explicar que vengo de Macondo, el pueblo mágico creado por Gabriel García Márquez en su novela Cien años de soledad y que al final de la historia desaparece sin dejar rastro. Al parecer, vengo de un lugar que ahora existe solo en el imaginario y en el corazón de los venezolanos.
¿Cómo se sentiría un emigrante de Macondo intentando explicar la magia del lugar de donde proviene, pero de la que ya nadie puede ser testigo? ¿Cómo explicar el olor por las mañanas del pan de esa panadería que lamentablemente ya cerró porque sus dueños emigraron a otras tierras? ¿Cómo explicar la temperatura perfecta del mar de nuestras playas cuando estamos tan lejos para bañarnos en ellas? ¿Cómo explicar la calidez de la familia y de los amigos venezolanos cuando todos nos encontramos en un lugar del mundo diferente? ¿Cómo explicar la felicidad de nuestra infancia cuando no hay más que nostalgia en mis palabras al hablar de mi país?
Todo esto que describo se encuentra a una distancia que más que espacial es temporal; porque, por mucho que extrañemos nuestro país desde la distancia, sabemos que, al volver, no lo encontraremos. En su lugar, encontraremos a una Venezuela que solo se asemeja a aquella en la que crecimos pero a la que le faltan “ingredientes”; pues la mayor parte de lo que constituía nuestro país también se encuentra desperdigado por el mundo.
Todos los venezolanos, fuera y dentro del país, adquirimos la enfermedad de la nostalgia perenne. La nostalgia por un lugar que ya no existe. ¿Dónde existe esa Venezuela entonces? La cuestión no es dónde, sino cuándo existe esa Venezuela.
En el pasado de seguro, de donde todos los días la extraemos para añorarla, para revivirla, para soñarla y para contarle a esas nuevas amistades de otras nacionalidades sobre el maravilloso lugar en el que nacimos.
¿En el presente? Aquí aún existen pedazos, pedazos que vamos esparciendo por todo el mundo. En cada nuevo restaurante venezolano que abre en la que ahora es tu ciudad. En cada logro de un hermano al otro lado del mundo. Cada vez que reconocemos nuestro acento (ese que creíamos que no teníamos) al caminar por la calle.
¿En el futuro? Nuestras esperanzas siempre nos dirán que ahí estará esperándonos con un abrazo enorme y que con un susurro reconfortante nos dirá: “Siempre estuve aquí”.
Lo cierto es que ahora la palabra Venezuela ya no solo significa un país. Ahora es más difícil encontrarla en el mapa, porque ya no solo significa un lugar. Ahora es también un sentimiento que llevamos cada uno de los venezolanos alrededor del mundo y que vamos sembrando en cada rincón al que emigramos. Nosotros los venezolanos, quienes vamos cargando ese equipaje pesado, pero no del que se lleva en la maleta, sino del que se lleva en el alma. Venezuela ahora existe en donde tú y yo estemos.
Somos como abejas llevando el polen de una flor en peligro de extinción. Esa flor es una orquídea llamada Venezuela.