La palabra clave para describir la Venezuela del 2018 es «deterioro». No hay lugar al que se mire y no se vea como una versión desmejorada de la Venezuela que conocimos. Por esta razón, mi viaje a Venezuela este año estuvo marcado por la nostalgia, no solo por mis familiares y amigos (muchos viviendo fuera del país), sino por una vida que parece ya viví hace mucho tiempo.
Al comienzo de mi viaje, en el aeropuerto de Santiago, conocí a un chico que viajaba a Venezuela porque su madre había fallecido el día anterior. Su viaje era largo, de Santiago a Bogotá, en Bogotá iría en autobús hasta la frontera y luego a pasaría caminando a Venezuela. Mientras compartíamos una pizza en el aeropuerto me contó la historia de su madre (que en paz descanse) y la mujer tan maravillosa que era, y cómo él se había ido del país buscando una mejor estabilidad para ayudarla a ella en casa y que estuviera bien. Luego de esta conversa, partimos con diferentes destinos… bueno, en realidad hacia el mismo, solo que por vías diferentes.
En mi escala en Panamá, conocí un hombre que (y puedo jurar que así fue) viajaba a Venezuela porque su madre había fallecido el día anterior. Estos son solo dos casos que encontré en mi camino hacia Venezuela, pero debe haber miles más. Personas que se van del país a buscar una vida con mejores condiciones y oportunidades para proveer a sus familiares y que en el momento mas crucial, son muestra de que la situación económica no fue lo peor del legado del magnimierdísimo. La peor ruptura del país ha sido familiar, desde los distanciamientos políticos hasta la distancia física que solo deja esa tristeza del no «estar» cuando realmente se necesitaba. «Yo me fui para que ella estuviera bien. Le mande dinero para su casita, su cocina, que tuviera todo nuevo. ¿Ahora qué voy a hacer con todo eso?», me contaba entre lágrimas.
No pude evitar pensar en María Luisa (mi madre que en paz descanse) y en cómo yo tampoco iba a encontrarla a mi regreso… literalmente no pude encontrarla a mi regreso, puesto que al llegar al Cementerio del Este donde están enterrados mis padres, notamos como la delincuencia había arrasado con todas las lápidas de ese lugar.
Para seguir con mi historia en orden cronológico, al llegar a Maiquetía uno automáticamente se cambia el chip. Se activan los sentidos de auto protección, los de reconocer caras sospechosas, los de estar en esa alerta perenne porque sabes que siempre pasa algo malo, solo no sabes si ese día te toca a tí. Pues ese día posiblemente me iba a tocar a mi.
No les he contado pero mi viaje a Venezuela, además de visitar a mi familia e ir a la playa etc., tenia un propósito que muchos entenderán: llevar pañales, leche, medicinas entre otras cosas que mis familiares y amigos cercanos necesitaban. Y llevar esto en tu equipaje sería la cosa mas normal del mundo en cualquier sitio… menos cuando llegas a Maiquetía y entonces sientes que llevas un cargamento de droga por el que simplemente te querrán sobornar o mínimo cobrar con una parte de la merca.
«¿Cómo hacemos?» Me cuenta una amiga que le dijo un oficial en el aeropuerto mientras veía su maleta abierta en la que había algunos productos como desodorantes y jabones que le llevaba a su familia. «¿Como hacemos de qué?» Le dijo ella haciéndose la loca, intentando ocultar la rabia de la impotencia que produce esta situación. «Bueno, dame un jabón», le dijo el, a lo que ella respondió, «Si lo quieres, agárralo». Él le dijo que no podía sacarlo así y ella se negó a dárselo, repitiendo que si lo quería, lo sacara él mismo. Toda esa situación es muy simbólica si me preguntan. Es como instarlo, no solo a agarrar el miserable jabón, sino a que sienta lo que de verdad está haciendo, que es robándolo.
En fin, retomando mi historia, obviamente mis maletas fueron del agrado del guardia en la maquina de Rayos X (repito: pañales, leche, chocolates, desodorante, champú y jabón, ademas de mi ropa, era lo que venia en la maleta). El monto de lo que llevaba no era superior a los 200$ y aun así, cuán preciados se han vuelto en Venezuela, tan preciados como para estarlos llevando de souvenier en lugar de los típicos imanes para la nevera, adornos que dijeran Chi chi chi, le le le u otra cosa que lleva la gente en otro tipo de situaciones. Tan valiosos se han vuelto, que el guardia me dijo inmediatamente: «Estas maletas hay que revisarlas», pero justo al decirlo, hubo un cambio de guardia, por lo que este se fue y no llegó más nadie.
A continuación hice algo de lo que no me siento orgullosa, así como ellos no se deben sentir orgullosos de robar cuanta maleta se les antoja, y es que al ver que no había nadie y teniendo las puertas para finalmente entrar a mi país enfrente, sabiendo lo mucho que mi sobrino necesitaba su fórmula y sus pañales, mi tía sus medicinas, etc., y como si María Luisa y Luís Francisco, que ya venían en mis pensamientos durante todo el viaje, me hubiesen dicho cada uno en un oído «CORRE».
Y así, mis queridos amigos, entré corriendo (o salí corriendo) a mi país, con ese miedo de que te van a robar y que posiblemente va a ser el gobierno, mientras mi tío me saludaba con una sonrisa y yo le pelaba los ojos diciéndole que nos fuéramos YA del aeropuerto en donde sonaba de fondo un joropo que acompañaba mi zapateao de huida por el ya «deteriorado» piso de Cruz Diez.
No pude imaginar mejor representación de
«BIENVENIDA DE VUELTA A TU PAÍS.»